A modo de presentación;

HIPÓLITO YRIGOYEN es una figura señera de la Patria. Por otra parte, o por eso mismo, es una figura dramáticamente cajoneada entre nuestros contadores de Historia. Representante genuino de nuestra Causa Nacional, y el mejor analista de nuestra contienda eterna. Austero hasta la pobreza, ambicioso por caracteres personales y despotricado, por pocos, e idolatrado, por muchos. Pero por sobre todas las cosas, a Yrigoyen los que lo recuerdan, lo rememoran misterioso, callado, introvertido. Hace del silencio, ante las feroces críticas y las tentadoras adulaciones, su imagen. Pocos escrutan que piensa. Y cuando leen su pensamiento, todavía inescrutable se vuelve. Su difícil dicción le genera burlas del adversario. E Yrigoyen, siempre principista, moral, krausista, argentino, no les responde. Un alcance demasiado democrático dándole changüí (como dice Fermín Chávez) a los sectores que se llevan la torta del Producto Nativo. Cansino y lento, hombre del siglo XIX, Ingresa en el nuevo siglo a paso firme, sí, pero pareciendo que todo se le escapa de las manos. Él mismo, con la perspicacia del criollo, lo reconoce en carta a Marcelo de Alvear, su discípulo, su amigo, su adversario, el hijo que quiso tener. Y aquí don Hipólito demuestra su encuentro popular: Pues en vez de mostrarse preocupado, se da aliento en ese descontrol social que fu su 1er gobierno, donde la Nación reencontró su camino, pese a las trastadas del Yrigoyenismo. Era Hombre de Pueblo, y aseverará con rudeza: «El Pueblo, no se equivoca jamás«. Los compadritos de la orilla, «los nietos de los próceres, los hijos de la inmigración», el gauchaje vivo, sectores políticos de la América Libre de ingerencias foráneas lo tienen como líder indiscutido. Y la Oligarquía, como siempre, lo pondrá en la vidriera de sus odiados, junto a Eva, Peñaloza, Artigas. Estará entre los crudos exponentes de la Patria Grande que soñara MAYO y sus GENTES.

Hipólito Yrigoyen también es un hombre: Mujeriego, personalista, patrón de estancia, comisario, profesor, político, reacio a reconocer a sus hijos y mujeres; generoso hasta la magnanimidad, hermano, y sobrino; Aquí empieza su historia, y la mía también.


Leandro Alem (1842/1896)

He vivido toda mi vida sobre la calle Alem, y amante de la Historia, busqué conocer quién era este Leandro N. Alem, fundador del Partido Radical, del cual era profeso mi alfonsinista padre. He de presentarme para que sepan quién soy: Hijo de un padre medio loco, medio vago, dedicado a su mujer, a sus hijos, su familia, sus alumnos. Era un militante del Radicalismo, como la mayoría de los hombres y mujeres que entraron en la política con Alfonsín en el ’83. Pero mi viejo era un rebelde bueno, que se emocionaba interiormente estando con su círculo íntimo. Con él, y por mi abuelo, no tuve mucha elección que hacerme maradoniano, charrúa y radical. Me hice radical por una cuestión familiar y futbolera.
            Mi madre, mi vieja gorda, sacrificada hasta la soledad por sus hijos no merece mayores comentarios. Juas. Mi abuela, mi abuelo, mi segundo hogar, me formaron como persona, entre malcríos y cariños excesivos. Mis virtudes son ellos cuatro, mis hermanos, mis amigos, mi taller. Mis defectos son el camino a cambiar.

Me formé en el Radicalismo, en la política como hábito familiar. El alfonsinismo de mi viejo, el frondizismo de mis abuelos, y la juventud de mi tía en el PI de Oscar Alende. Todas estructuras ligadas al tronco yrigoyenista. Pero yo me hice radical por Alem, y por Alfonsín. Del último no me enorgullezco tanto. Pero Alem…
           He buscado al viejo Leandro y lo encontré en ‘mis mocedades’, en mi adolescencia, en mi juventud madura. Encontré en él el regocijo del Historiador, el éxtasis del que le duelen las injusticias. Cuántas veces me he emocionado, cual mujer frente a la novela de la siesta, viéndolo fracasar y elegir la muerte como solución a sus dramas. Cuántas veces lamenté de no haber vivido en su época, para compartir junto a él patriadas y ginebras. La bohemia, el romanticismo, el idealista incurable, el caudillo frustrado, el enamorado sin tregua, el exceso, la depresión, el tío. He querido escribir su vida. Tras leer la biografía política de Álvaro Yunque, y la novelada de Pedro Orgambide, di un paso al costado. Eran los libros que hubiera querido escribir toda mi vida.

 
Hipólito Yrigoyen (1852-1933)

Yrigoyen, en cambio, era un ideal intocable e inalcanzable para mí. ¿Qué, sí, Qué sí escrutando su vida encontraba al líder carismático descreído de la Democracia y las Instituciones? ¿El responsable de la Semana Trágica o la Patagonia Rebelde, hasta satisfecho con su accionar represor? ¿Acaso contento con la desaparición física del tío? Pero no fue así. Peldaño a peldaño, encontré a un Yrigoyen amable con el infortunio, cruel con su gloria: Un excelente controlador de medios y hombres, dejando su obra siempre a medio andar: ¿Vacilación, frustración, arrepentimiento? NO. CONTENIDO. Su obra a medias era en la búsqueda del Complemento Popular. Fundamental para desandar el camino patrio. El «Peludo» tan personalista como lo hemos caratulado todos, librando medios para la LIBRE DETERMINACIÓN DE LOS PUEBLOS, DEL HOMBRE Y LA MUJER CONTINENTAL;

(continuará….)

 

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Una respuesta to “A modo de presentación;”

  1. elyrigoyenismo Says:

    continuamos la seria de don hipolito

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